Archivo de la categoría: compras y consumo
El verdadero sentido de la Navidad
La Navidad es una oportunidad para profundizar en valores positivos para nosotros y la sociedad como la paz, el amor, solidaridad, fraternidad. La profundidad de la fiesta cristiana que nos recuerda nuestra pequeñez y la esperanza de un Dios que se hace hombre y que nos muestra un camino de salvación y no de frivolidad
Un buen libro para reflexionar
Un libro que nos llamará a la reflexión, su autor Bruce Hood titulado Pessessed, why we want mor than we need», nos presenta entre tanto otros planteamientos, la diferencia entre posesión y propiedad, conceptos de los que se desprenden posiciones, análisis, pensamientos que nos permitirán entender nuestra relación con las cosas que tenemos, deseamos y adquirimos
El éxito no da felicidad
«La ideología del exito» escrito por Heleno Saña, plantea como idea principal que el éxito se debe lograr a toda costa, además como clave para alcanzar la felicidad, dominado por agentes externos, variables y de moda por la sociedad. Continúa el autor 2su análisis demostrandonos, que no solo no nos hace felices , sino que esta idea existencia, afeando nuestras realidades y frustrandonos mas cada diaamarga nuestras
El mejor regalo para la Navidad
El mejor regalo que podemos ofrecer a los demás, somos nosotros mismos, nuestros frutos. Nada hay tan diferente, tan único y tan especial, es algo que nadie más puede regalar y demuestra nuestro cariño hacia el receptor de nuestro presente.
¿Nos sentimos productores o consumidores?
¿De donde viene nuestro reconocimiento social? ¿De lo que compramos y de nuestra capacidad de consumo o de lo que aportamos a nuestra sociedad?
Para construir un nuevo paradigma económico precisamos recuperar la valoración de las personas según lo que aportamos a la sociedad y no según lo que compramos y nuestro nivel de vida.
Porque, además, el sistema económico actual no garantiza que haya una equivalencia entre la importancia de lo que aportamos a nuestra sociedad y el nivel económico que ostentamos.
La cultura de comprar barato
El miércoles 29 de Abril entre las 18:00 y las 19:00 estáis invitados a la conversación titulada “La cultura de comprar barato» .
En un momento en el que hemos contemplado compras de materiales defectuosos y la dificultad aparente de encontrar suministros sanitarios en un mundo caracterizado por la superproducción vamos a conversar sobre la relación que tienen estos problemas con la cultura de lo barato, de buscar la ganga, de adquirir lo más económico para poder disfrutar de más bienes y servicios.
El enlace para esta reunión es: https://eu.bbcollab.com/guest/30129850277946ed89b3b541f1d8011f
Os paso varios enlaces para leer. Primero tres artículos breves sobre este tema: https://enriquelluchfrechina.wordpress.com/2013/09/28/el-consumo-y-la-crisis/ https://enriquelluchfrechina.wordpress.com/2011/03/25/ante-el-consumo-recuperar-la-compra/ https://enriquelluchfrechina.wordpress.com/2013/10/10/comprar-para-ser-diferente-comprar-para-ser-como-todos/
Para quien prefiera escuchar os paso dos audios sobre la materia: https://enriquelluchfrechina.wordpress.com/2018/01/02/del-consumo-a-la-compra/
https://enriquelluchfrechina.wordpress.com/2017/12/27/la-insatisfaccion-del-consumo/
El Black Friday y el cambio climático
Esta semana de «Viernes negro» las ventas por internet se multiplican y los nubarrones del cambio climático son alimentados por ellas.
En este breve artículo os ofrezco un breve análisis medioambiental de las ventas a distancia
¿Cómpramos en domingo?
Artículo publicado en la revista Alfa y Omega del 24 al 30 de Octubre de 2019, página 10
Se ha generalizado la costumbre de abrir en domingo. Esto ya no solo se limita a la restauración o al ocio, sino también a algunos centros comerciales y tiendas. Esto no ha supuesto un incremento de ventas como algunos auguraban, sino que las ventas semanales se reparten ahora entre siete días y no entre seis como antes. Uno se pregunta entonces ¿Qué hay detrás de esta apertura dominical que no trae más beneficios a los comerciantes y que perjudica a sus trabajadores que se ven impedidos de disfrutar con su familia el día que todos los demás están libres?
Creo que detrás de ello está la nueva religión del economicismo. Esta nos muestra un camino hacia nuestra salvación que pasa por el consumo, por la capacidad de comprar aquello que queremos. Los centros comerciales se convierten en los nuevos templos en los que puedo hacer realidad mis anhelos a través de la compra de bienes y servicios y, como toda religión, precisa de sus momentos de culto, de sus fiestas en las que se pueda alabar al nuevo Dios.
Por eso no solo hay fiestas periódicas consagradas al consumo y a las compras como son las navidades, el “blak friday”, Halloween, las rebajas, San Valentín, el día del padre, de la madre, etc. sino que también los domingos hay que consagrarlos y permitir que la gente pueda comprar en ese día. Lo importante para todos es comprar y por eso es necesario que haya gente (los trabajadores) que sacrifiquen sus domingos para que otros puedan, realmente, cumplir con aquello que es lo más importante, comprar, adquirir bienes y servicios.
Aquellos que no seguimos la religión economicista y que pensamos que el descanso dominical con la familia es más importante que poder comprar en domingo, podemos posicionarnos no solo no comprando nada en días festivos sino comprando el resto de días en negocios que no abran el domingo. Esta política podría impulsar a darle importancia a las personas y a su descanso semanal en el mismo día que su familia.
Papá, cómprame algo
Aquí tenéis un pequeño relato sobre qué percibimos cuando acudimos a los nuevos templos de la religión economicista: los centros comerciales
Hipotecas
Programa de radio emitido en Radio Popular de Bilbao en el que hablo sobre los préstamos hipotecarios.
https://www.ivoox.com/prestamos-hipotecarios-audios-mp3_rf_27246211_1.html
El mercado de la vivienda
Programa de radio de mi colaboración con Radio Popular de bilbao en el que hablo sobre el mercado de la vivienda.
https://www.ivoox.com/mercado-vivienda-audios-mp3_rf_27246187_1.html
Cambiar la mentalidad de la empresa y del comprador para generar empleos remunerados
Artículo publicado en las páginas 12 y 13 del número 1601 de la revista Noticias Obreras de Diciembre de 2017
Durante los dos últimos años los datos agregados del empleo han mejorado. Hemos observado una creación neta de trabajos remunerados y una reducción sustancial de personas que están en el desempleo. Sin embargo, cuando dejamos los datos agregados para introducirnos en los datos el optimismo que genera el primer acercamiento a las estadísticas se enfría un poco. Esto es debido a que gran parte del empleo creado lo es a tiempo parcial y muchos de los contratos son temporales. La consecuencia directa de esto es que el porcentaje de personas que tienen trabajo y no salen de la pobreza no hace más que incrementarse, ya que muchas de ellas tienen unos ingresos anuales inferiores al Salario mínimo interprofesional.
No voy a analizar aquí las causas de que esto suceda pero sí que voy a hablar de las organizaciones en las que esto se da, es decir, de las empresas. Porque estos problemas que he apuntado no se dan de una manera abstracta, sino que detrás de ellos hay unas organizaciones en las que estas personas trabajan con estos bajos salarios, y unos consumidores que compran sus productos sin importarles lo más mínimo las condiciones laborales en las que se producen, ya que solamente están preocupados por la búsqueda del precio más bajo.
En estos dos agentes económicos se observan dos egoísmos complementarios y coherentes con una manera de funcionamiento de la economía actual que conlleva problemas para el empleo remunerado. El primero es el de una empresa centrada en obtener beneficios para sus propietarios-accionistas. La concepción reduccionista de la empresa actual considera que toda ella debe estar al servicio de incrementar las ganancias de sus propietarios, lo que lleva a que los trabajadores sean vistos únicamente como un factor de producción cuyo coste hay que abaratar lo máximo posible para poder mejorar el margen de beneficios. Al mismo tiempo, el consumidor estándar piensa que lo que tiene que lograr es comprar lo más barato posible para poder adquirir más cosas con los ingresos que tiene, con la convicción de que tener más le va a llevar irremediablemente a estar mejor. Por ello, no mira más allá del precio del producto y se ciñe a la comparación de precios entre unos bienes y otros para acabar adquiriendo el más barato.
Es necesario apostar por un cambio de mentalidad de las empresas para poder superar estas situaciones negativas para quienes son sus principales actores: las personas que allí trabajan. Este cambio de mentalidad pasa por poner en un primer lugar lo que se denomina la “Función Social de la Empresa” (FSE) que está compuesta por tres elementos. El primero es producir bienes y servicios útiles para la sociedad. Son necesarias las empresas en una sociedad porque aúnan esfuerzos de muchas personas haciendo que estos converjan en la producción de estos bienes y servicios que acaban beneficiando a quienes los compran y nos hacen la vida mejor y más sencilla a los demás.
El segundo componente de la FSE tiene una relación directa con las personas que componen una empresa. Porque toda empresa es un grupo humano y como tal, tiene que ayudar a las personas que en ella trabajan y ser positiva para su perfeccionamiento y su vida diaria. La empresa es buena para la sociedad porque permite unos ingresos a quienes allí trabajan, pero también porque es un cauce para que estas junten sus esfuerzos con otras personas para trabajar a favor de la sociedad y para que maduren como tales a través de un componente intrínseco a su ser como es el trabajo.
El tercer componente de la FSE tiene que ver con que la empresa es una organización que ayuda al desarrollo del entorno en el que se encuentra. Esto lo consigue a través de la riqueza que puede generar en su entorno gracias a la creación de empleos, a la contratación de suministradores locales, a la utilización de sistemas de producción eficientes que permitan ahorros en el uso de recursos naturales que colaboran en el cuidado de la creación y en la mejora del medio ambiente, al pago de impuestos locales y nacionales, a actuaciones en favor de la la sociedad, etc.
El reconocimiento de esta FSE como el elemento clave de la empresa tiene como principal consecuencia que el beneficio pase a un segundo plano. Es decir, en lugar de ser el beneficio el norte que marca toda la orientación de estas organizaciones, es una condición necesaria para poder cumplir su principal objetivo, que es precisamente su Función Social. El cambio de prioridad es importante porque pone el criterio económico del beneficio en su justo lugar, al servicio de la función social de la empresa, lo que es clave a la hora de tomar las decisiones empresariales que vendrán así dirigidas por una prioridad diferente al beneficio. Cuando cambian las prioridades, las decisiones que se toman ante las mismas situaciones empresariales son diferentes.
Paralelo a esto debe darse un cambio de mentalidad en los compradores. El criterio de compra debe de ir más allá del precio e incorporar la preocupación sobre cómo están produciendo las empresas a las que se compra. Es lo que se ha venido a denominar la “compra responsable”. La actuación de aquellas personas que a la hora de adquirir un bien miran no solo el precio, sino las condiciones laborales, ecológicas, sociales y éticas que tiene la empresa que produce ese bien o servicio para decidir adquirirlo o no. La introducción de estos criterios de compra permite que el comprador también colabore en la potenciación de aquellas empresas que pagan mejores salarios a sus trabajadores, que tienen mejores comportamientos sociales y medioambientales, etc.
Para combinar estas dos actuaciones se precisa un nexo que las una: la transparencia en las condiciones sociales y medioambientales de producción. Sin ella el comprador no puede elegir entre una empresa u otra y estas no pueden hacer valer sus diferentes comportamientos en estos aspectos ante otras empresas que no los desarrollen. Para ello han aparecido sistemas de acreditación de comportamiento ético y social de las empresas. Estos son el nexo entre los dos cambios de mentalidad para caer en la cuenta de que el mantenimiento del empleo remunerado y el incremento del mismo es una tarea de todos, de las empresas y de los compradores, no solo del legislador.
Del consumo a la compra
Podemos dejar de ser consumidores para ser compradores. Este audio que se emitió en el programa “Misión es posible” de Radio Popular de Bilbao nos habla sobre cómo hacer esto.
http://www.ivoox.com/pasar-ser-consumidores-a-ser-compradores-audios-mp3_rf_22635095_1.html
La insatisfacción del consumo
Reflexionemos la manera en la que consumimos para saber por qué este no nos proporciona tanta satisfacción como la que nos promete a través de este audio que se emitió en el programa “Misión es posible” de Radio Popular de Bilbao
http://www.ivoox.com/por-comprar-no-siempre-nos-produce-satisfaccion-audios-mp3_rf_22634867_1.html
Cambiar el estilo de vida económico
Programa de radio en el que hablo sobre la necesidad de cambiar un estilo de vida económico que no nos lleva a mayor felicidad y que no colabora en la conservación de nuestro planeta.
Aquí tenéis el programa que se emitió en Radio Popular de Bilbao
http://www.ivoox.com/cambiar-estilo-vida-audios-mp3_rf_22634752_1.html
La economía como excusa para la relación
Artículo publicado en la revista ICONO, año 219, Nº 8 Septiembre, Pág. 26-27
Ir a la panadería, al mercado, a la peluquería, a la carnicería… Son actividades económicas que históricamente han tenido un componente importante de relación con los demás. Tendemos a comprar y realizar nuestros intercambios económicos en lugares que estén cercanos a nuestro hogar y que suelen repetirse: vamos habitualmente al mismo supermercado, a la misma librería, al mismo médico… Esto ha resultado siempre en que nuestras compras y nuestros intercambios económicos han tenido un importante elemento relacional, es decir, hemos conocido a las personas que nos venden las cosas que necesitamos y nos hemos relacionado con ellas en el momento de la compra. Les hemos saludado, les hemos preguntado como les iba y, con frecuencia, hasta se ha establecido una pequeña conversación.
Te llaman por tu nombre
Este conocimiento supone que cuando entras a una de estas tiendas te llaman por tu nombre y se interesan por ti. La relación va más allá de la compra y del simple intercambio ya que con frecuencia se pregunta por la familia, se comenta lo último que ha pasado en el pueblo, en la ciudad o en el país. La compra tiene su tiempo y parte de ese tiempo se pasa relacionándose con la persona que se tiene delante. En este marco, se establece una relación de confianza, de interés mutuo, en el que quien vende intenta satisfacer las necesidades de la persona que tiene delante porque la conoce, porque es su vecina, porque tiene una relación con ella que, aunque no sea profunda porque no son familia o amigos, le lleva a preocuparse por ella, a querer lo mejor para la persona que tiene delante. Al mismo tiempo la persona que compra confía en su tendero, en su peluquero, en su director de banco… Sabe que el precio que le va a poner es el justo, que ello le permite ganarse la vida, y que se va a encontrar con él, probablemente, en las fiestas de su localidad, paseando por las calles de su población, recogiendo a los niños en la puerta del colegio, etc. Sabe que no le va a engañar porque hay una relación de confianza que va más allá de la simplemente mercantil.
La economía tiene así un componente humano importante
El intercambio económico tiene así un componente relacional y humano importante. Las compras y las ventas vienen acompañadas de una relación con el otro. Quien me vende o quien me compra son unas personas con nombres y apellidos a las que estoy ayudando a cumplir sus objetivos, ya sean estos los de ganarse la vida de una manera decente o los de lograr unos bienes o servicios que quieren o necesitan para vivir bien. Por ello, en esta manera de realizar los intercambios económicos tiene cabida la gratuidad y la lógica del don tal y como las entiende Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate (36). Cuando nos relacionamos con quienes intercambiamos cosas, es sencillo impregnar nuestra compra o nuestra venta de humanidad, de preocupación por la otra parte del intercambio, de ayuda y de don a quien se relaciona con nosotros.
Intercambios sin relación
Sin embargo, la manera en la que se organiza la actividad económica en nuestra sociedad desde hace bastante tiempo, nos está llevando claramente en la dirección opuesta. Desde la organización de los supermercados en los que nos auto-abastecemos de los bienes, en los que es difícil encontrar alguien que nos aconseje o nos ayude a decidir y en los que con frecuencia solamente nos relacionamos con la persona que está en la caja y esta intenta ir lo más rápido posible para atender al siguiente cliente, hasta las actuales compras a distancia en las que nuestro contacto con el bien comprado se realiza solamente a través de internet y en la que desconocemos a las personas que nos venden el bien, con las que solamente mantenemos una relación telemática-epistolar (si es que la llegamos a mantener) o las gasolineras en las que no hay personas que nos vendan la gasolina y lo hacemos todo nosotros solos, todas estas actividades económicas nos llevan a que realicemos intercambios económicos sin relacionarnos para nada con la otra parte.
Deshumaniza el intercambio
Cuando el intercambio está deshumanizado, cuando no conocemos a la contraparte, cuando esta es una máquina, un ordenador o una estantería llena de productos, es difícil ser gratuito, es difícil introducir la lógica del don en nuestros intercambios, porque ¿cómo voy a ser gratuito con una máquina? ¿cómo voy a favorecer a unos clientes a los que nunca he visto, con los que nunca me he relacionado y a los que no conozco? El vendedor y el comprador dejan de ser personas que se relacionan a través de un intercambio económico y pasan a ser individuos que buscan sacar su máximo beneficio particular. Suprimir el componente relacional de las compraventas permite deshumanizar la economía y que el intercambio se convierta en una no-relación, ya que las dos partes ni se conocen ni tienen contacto personal. El otro, con quien realizo el contrato, pierde toda la importancia, está diluido en una compra o una venta en la que solo importa mi beneficio y para que este sea máximo, el otro estorba. Una economía así deja de ser una excusa para la relación y pasa a convertirse en un economía deshumanizada en el que solamente importa el beneficio que obtengo gracias al intercambio que realizo.
Economía solidaria en comunidad
El próximo martes 11 de Julio doy una conferencia en la parroquia de San José Obrero de Puerto de Santa María a las 21:00
Al día siguiente hago un taller en el mismo lugar de 9:30 a 12:30 al que hay que apuntarse previamente.
Si estáis por allí os animo a asistir.
La economía colaborativa ¿Una buena idea?
Artículo publicado en la revista ICONO, año 119, nº 4, Abril 2017, pág: 26 y 27
Acompañado de un vídeo en el que una compañera aclara en 90′ aclara algunas cuestiones sobre la necesidad de regular la denominada economía colaborativa.
Se oye hablar mucho últimamente de lo que se denomina la “economía colaborativa”. El nombre es atractivo y se refiere a una actividad económica antigua que gracias a las nuevas tecnologías ha tomado una nueva dimensión. Para los más optimistas desarrolla una nueva manera de vivir la economía que puede tener unas grandes potencialidades y romper con la dinámica egoísta del capitalismo actual, mientras que para sus detractores no aporta nada nuevo y acaba adquiriendo las características de los mercados actuales sin aportar ninguna ventaja.
Qué entendemos por economía colaborativa
Hablar de economía colaborativa es referirse a intercambios económicos que abarcan casi todo el espectro de la actividad económica: las compras o consumo (el intercambio de bienes y servicios), la financiación (especialmente a través del crowdfunding) y la producción. La economía colaborativa tiene unas características comunes. La primera es que existe una colaboración entre las partes que potencia el elemento relacional de la economía. Esto es, los participantes entienden su intercambio económico como una excusa para la relación con el otro. La segunda característica es que estamos hablando de colaboración entre partes que pueden considerarse como iguales, no hay una gran empresa u organización que intercambia con una persona, son intercambios de persona a persona sin asimetrías entre las partes. La tercera característica común es que se utilizan plataformas digitales para facilitar el contacto entre las partes. Los nuevos medios de comunicación digital se convierten en clave a la hora de hablar de este modelo de economía colaborativa.
No es algo tan nuevo como parece
Pero la economía colaborativa no es algo tan nuevo como parece. Se ha dado a lo largo de la historia aunque a una escala muy local y con frecuencia dentro del ámbito familiar o de los amigos. Modalidades de economía colaborativa se dan cuando nos juntamos para ir al trabajo en el coche de uno de nosotros y compartimos los gastos (o no); cuando decidimos entre varios financiar el proyecto de empresa a un amigo y le aportamos dinero para que este funcione; cuando alguien se alojan en tu casa o en tu segunda vivienda para pasar unos días de vacaciones o eres tú quien se aloja en la casa de otro; cuando viene a casa un estudiante de otro país que está de intercambio en el colegio de nuestros hijos y después nuestro hijo es acogido por su familia; cuando una empresa intercambia con otra una partida de material por otra que necesitan para su producción, etc. Todos estos son ejemplos de economía en colaboración y hay muchos más. Todos ellos son parte de nuestra vida cotidiana desde hace mucho tiempo.
La diferencia radica en la utilización de plataformas digitales y en la dimensión
La diferencia entre estos ejemplos de economía colaborativa y los actuales radica en la utilización masiva de las plataformas digitales para acercar a personas que, de otro modo, no podrían conocerse o saber que tienen posibilidades de colaboración mutua. Esto permite que esta clase de economía adquiera una dimensión que es imposible alcanzar si tenemos que ceñirnos a nuestras redes familiares o de amistades. Gracias a ello puedo acoger en mi casa a un ciudadano de Australia que ha venido de vacaciones a Valencia o puedo viajar a Nueva Zelanda y compartir unos días con unas personas que de otro modo no habría conocido. También puedo encontrar a personas que van a viajar a Madrid y compartir el viaje con ellas (lo que me abarata los costes) o puedo intercambiar mis clases de economía a cambio de un corte de pelo o de las verduras semanales. Las plataformas digitales amplían las posibilidades y la dimensión de esta economía en colaboración.
Una modalidad económica basada en la relación y en la confianza mutua
La economía colaborativa tiene una serie de cualidades que la alejan de la competición y el egoísmo y la hacen atractiva. El intercambio se basa en la confianza mutua, no se busca ganar a costa del otro, sino que sea beneficioso para ambos, doy porque espero recibir. Esta clase de intercambio tiene muy presente un fuerte componente relacional e introduce en él la fraternidad y la lógica del don. La economía deja de ser competitiva para pasar a ser cooperativa, con un componente humano importante. Esta manera de entender la economía parece ajustarse con aquello que comentaba Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate: “en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo” (CiV 36).
Los peligros de esta economía colaborativa
Sin embargo, en determinados casos la economía colaborativa ha tomado un cariz diferente. Experiencias que han comenzado potenciando esa gratuidad y esa relación entre las partes que ya hemos señalado, se han ido alejando de esta manera de funcionar y de este fin. Aunque han mantenido su nombre y toda la mística de la economía colaborativa, su manera de trabajar ha cambiado. Ya no se comparte una casa con otras personas, sino que simplemente se alquila un apartamento en el que no se llega a conocer al propietario; ya no se comparte el trayecto en automóvil con otro sino, que se paga a un particular que se dedica a esto para que te lleve a otro sitio; ya no financias un proyecto, sino que le dejas dinero a una plataforma a cambio de un tipo de interés para que esta financie a otros; ya no se pide a alguien una herramienta, sino que se le paga un alquiler para poder utilizarla durante un tiempo. En esencia, la economía colaborativa se convierte en una imitación de lo que ya se hace (sistemas de alquileres, de compra-venta o de financiación habituales) intentando eludir la legislación que rige para quienes hacen esto de una manera reglada. Por ello grandes financieros financian estas empresas con el objeto de obtener pingües beneficios con ellas ¿Podemos entonces seguir hablando de economía colaborativa? Aunque esas empresas siguen diciendo que lo son, creo sinceramente que no, que ya no lo son.
Videojuegos, gamificación y reflexiones éticas
Acaba de salir el séptimo Cuaderno de Ética en Clave Cotidiana. En él se hace una reflexión sobre los juegos en dispositivos electrónicos que tanto están siendo utilizados, no solo por niños, sino también por jóvenes y mayores. El cuaderno no solo nos ayuda a conocer y saber algo más sobre esta clase de juegos, sus tipos, sus efectos en los jugadores (positivos y negativos) sino que hace un análisis ético de los mismos.
Es un cuaderno muy interesante para aquellos que quieran saber más sobre este pujante sector económico.
Podéis acceder a la página en la que están este y el resto de cuadernos: http://funderetica.org/cuadernos/
O descargar directamente este cuaderno en: http://funderetica.org/wp-content/uploads/2017/01/Cuaderno-7-web-def.pdf
«Por una economía altruista» como instrumento pedagógico
El curso pasado los alumnos de primero de bachillerato del colegio Sagrada Familia de Valencia, del Patronato de la Juventud Obrera leyeron el libro «Por una economía altruista» como parte de su enseñanza del curso. La experiencia fue tan positiva para los alumnos, que el profesor responsable va a repetir la experiencia este año.
En este vídeo podéis ver a algunos alumnos y al profesor que lo programó para su asignatura comentando la experiencia.
La primera comunión y su economía
Artículo publicado en la revista ICONO, año 116, nº 4, Mayo 2015, pág: 10 y 11
Mayo es el mes de las flores, de la virgen y de las comuniones. No es que todas se hagan en este mes, ni que sea preceptivo hacerlo así, sino que habitualmente es el mes del año en el que mayor número de primeras comuniones se celebran. Además, estas tienen un componente económico que, en ocasiones, deviene el más importante.
La primera comunión es un gasto
Porque, como casi todos los aspectos de la vida, la primera comunión tiene un componente económico nada desdeñable. Por un lado supone un gasto para la familia. Los cristianos le damos tal importancia a esta primera comunión que queremos celebrarlo con aquellos a los que más estimamos. Esto hace que tengamos el gusto de invitar a la familia y en ocasiones hasta a los amigos para tan señalada ocasión. También, y debido a que se trata de una ceremonia pública, queremos que nuestros hijos luzcan sus mejores galas ante la comunidad parroquial y todos aquellos que se acerquen a ese día de fiesta grande y lo mismo hacemos nosotros, que intentamos tener una apariencia externa a la altura de la celebración, por lo que también nos engalanamos con nuestros mejores trajes y vestidos. Además hay que decorar la Iglesia, pagar al fotógrafo, en muchos pueblos de Valencia hasta se paga a la banda de música para que se de una vuelta con los niños antes de entrar en la Iglesia, etc. Todo ello comporta un gasto extraordinario que hay que afrontar.
Todos quieren regalar al comuniante
Por otro lado, los abuelos, los tíos, los primos, los amigos invitados, los padrinos, todos quieren regalar algo al protagonista de la fiesta. Todos quieren responder a la alegría de la comunión y a la invitación recibida con un regalo para la criatura que va a celebrar su primera comunión. El afán de regalar es tan elevado que existen listas de comunión en tiendas o grandes almacenes que intentan racionalizarlo. En algunos pueblos de Valencia, además, subsiste la tradición de exponer el traje y los regalos en casa para que los vecinos puedan verlos durante los días anteriores a la comunión. Los regalos se convierten en una fuente de gasto para los invitados que a su vez, también van a intentar acudir a la ceremonia con sus mejores galas para estar a la altura de la celebración.
Lo económico adquiere gran relevancia
Todas estas actitudes son normales y humanas, pero pueden llevar a que en un determinado momento, lo económico se convierta en lo esencial de la celebración. Los esfuerzos que tenemos que realizar para gestionar los regalos, los invitados, el fotógrafo, las flores, la banda de música, el convite, los detalles que se dan después de comer, etc. Pueden convertirse en el foco principal de la fiesta y absorber todas las energías, sobre todo, de los padres. Lo económico pasa a ser lo esencial en la ceremonia, en una primera comunión que puede convertirse en una demostración de poderío económico (cuando se tiene) o una angustia vital grande para aquellas familias que tienen más problemas económicos.
Recordar lo importante
Por ello es clave recordar qué es lo importante en una comunión y poner lo económico al servicio de esto. Debemos reflexionar sobre quiénes realmente se alegran de la primera comunión ¿Hasta donde tenemos que abrir la invitación para celebrarla? ¿Cuáles son nuestras posibilidades reales? En algunos casos, la invitación no tiene por qué ser un convite después de la comunión. Se puede invitar a los amigos del niño o a los nuestros otro día a algo más sencillo, o restringir a la familia más cercana la invitación del ágape posterior a la ceremonia… También podemos plantearnos la diferencia entre tener lo más caro e ir dignos en la ceremonia ¿Es necesario un gran gasto en vestidos y trajes para asistir con dignidad a una ceremonia de primera comunión? Plantearse estos gastos de una manera prudente y recordando que lo principal es la ceremonia y lo que allí se celebra, puede ayudar a poner ese gasto en una segunda posición y que sea más moderado para evitar problemas.
Gestionar los regalos
También creo que hay que hablar de los regalos. El exceso de los mismos puede hacer que los niños vean la comunión como el momento en el que consiguen las cosas que quieren, en el que van a recibir esos bienes quep no tenían y que ansiaban. Así, la primera comunión pasa de ser una fiesta del “ser” cristiano a una fiesta del “tener” más cosas. Por ello debemos intentar dejar los regalos en un segundo plano y canalizar estos deseos de regalar que tienen los familiares y allegados en una dirección que no desvíe la atención de la comunión. Esto se puede hacer de varias maneras, o bien compartiendo parte o la totalidad de los regalos recibidos con los más desfavorecidos (pidiendo donaciones para determinadas asociaciones con las que tenemos más afinidad), o bien pidiendo regalos de bajo coste pero que refuercen lo celebrado con la primera comunión, o bien regalando cosas que no sean solo para el niño sino para toda la familia, etc. Seguro que hay más sistemas para que los regalos no sean lo principal para el niño, para que la comunión no sea un fiesta del tener, del aparentar o del gasto, sino una fiesta realmente cristiana en la que lo económico se subordine a lo religioso.
La terapia de ir de compras
Una nueva Greguería pecuniaria publicada en España Buenas Noticias: http://ebuenasnoticias.com/2014/12/03/la-terapia-de-ir-de-compras/#
Pasarlo bien: el tiempo libre
Artículo publicado en la revista ICONO, año 115, nº 10, Noviembre 2014, pág: 12 y 13
En el pueblo en el que vivo, Almàssera, hay una plaza en la que todos los días puedes ver a gente que pasa el rato allí. Es muy agradable pasear por ella y encontrarse con gente que conversa, que va a la biblioteca, al ayuntamiento, a la Iglesia o a comprar, a mayores sentados observando a los demás… Por las tardes se concentran una gran cantidad de niños que van allí a jugar. Mis mismos hijos, con frecuencia me comentan ¿Vamos a la plaza a jugar o a estar con otros amigos? Es una suerte tener un lugar así en el que encontrarse para pasar el rato.
Tomar algo para pasarlo bien
Sin embargo, hay algo que observo a menudo que me ha hecho reflexionar sobre lo que hacemos con la educación económica de nuestros hijos. Muchos de los niños que van a la plaza por la tarde, lo primero que hacen es ir al kiosko a comprar algo para tomar. El salir a jugar a la plaza se identifica desde bien pequeños con tomar algo, con pasar por la tienda. Parece que si no se adquiere algo, salir no es lo mismo, no van a pasarlo igual de bien. Se necesita dinero, por tanto, para ir a la plaza, para pasarlo bien. De este modo, desde bien pequeños estamos educando a los niños en relacionar la compra de algo con el pasarlo bien.
Esto es una constante para la adolescencia y la juventud
Esto tiene un peligro evidente en el largo plazo. Muchos jóvenes tienen que tomarse algo para poder pasarlo bien. No quiero entrar en qué puede ser ese algo, pero la identificación entre tomarse algo y pasarlo bien proviene de su infancia, de esas veces en las que salimos y tenemos que consumir una chuchería, unas pipas, cualquier cosa, porque si no lo hacemos parece que falta algo, que no ha valido la pena salir o que el ocio está incompleto. Esto no quiere decir que tengamos que arruinar al gremio de los kioskeros, todos compramos en ocasiones a nuestros hijos alguno de estos productos para tomar. El peligro no es comprarlo de vez en cuando, sino que se automatice que salir quiere decir consumir algo que hay que adquirir. La chuche, las pipas, pasan de ser algo excepcional a ser un elemento imprescindible para el ocio fuera de casa, para jugar con los amigos o a estar con ellos en la plaza o en cualquier otro lugar.
No es solo cosa de niños, nosotros también lo hacemos
Ahora bien, no solo tenemos que mirar a los niños para darnos cuenta de esto. Con mucha frecuencia lo que hacen es reproducir lo que nosotros hacemos. Con frecuencia, los padres cada vez que salimos consumimos algo. Es decir, para nosotros también salir supone adquirir algo y no sabemos plantear nuestros momentos de ocio sin prescindir del consumo ligado a ellos. Muy a menudo somos nosotros los que estamos totalmente imposibilitados de salir, de estar con otros, sin que esto suponga un gasto, sin tener que tomarse una cañita o un café o un pastel… No concebimos nuestros momentos de ocio sin ese consumo.
El ocio como gasto
Y esto no solo sucede con el ocio diario, sino también con el extraordinario. Salir a hacer algo que normalmente no hacemos, pasarlo bien con los amigos, debe ir acompañado, frecuentemente, de un dispendio ligado a este. El ocio parece, entonces, que no puede plantearse si no es para ir al cine, tomarse algo en una hamburguesería, ir a la bolera, entrar en un recreativo, ir al parque de bolas, etc. Las opciones de ocio implican entonces un desembolso económico ya que si este no se da, parece que no se sabe qué hacer, que cualquier opción diferente va a ser aburrida o incompleta.
El desembolso en el ocio estratifica la sociedad
Además, esta manera de plantearse el ocio separa a personas que tienen niveles económicos distintos. En la medida que para pasarlo bien incurrimos necesariamente en un gasto, solamente podremos compartir este ocio con aquellos que tengan un nivel económico ajustado al nuestro y puedan gastarse lo mismo que nosotros. Esto hace que, con más frecuencia de la deseada, acabemos juntándonos con aquellos que tienen un nivel económico similar al nuestro porque son con los que podemos salir. Esto dificulta que personas con distintos poderes adquisitivos acaben juntándose para compartir su ocio y su vida.
Replantearse la dimensión económica del ocio
Por ello es necesario que nos replanteemos la dimensión económica del ocio. No solo con nuestros hijos, sino también para nosotros mismos. Nos tenemos que preguntar si nuestro ocio va siempre ligado a tomar algo o a desembolsar algún dinero o si por el contrario, sabemos encontrar momentos de ocio totalmente gratuitos. Debemos pensar en qué maneras podemos pasarlo bien, nosotros y nuestros hijos, solos o con amigos, que no supongan necesariamente desembolso económico: pasear, jugar, hacer excursiones, ver un museo, montar una obra de teatro, cantar, contar historias, quedar con los amigos en casa o en un lugar público para conversar, etc. Hay miles de maneras de ocupar nuestro tiempo ocioso que no conllevan pagos ni consumo. Estas maneras de plantearnos el ocio son inclusivas, cualquiera puede entrar en ellas, tenga el nivel económico que tenga, y no excluyen las otras. Por ello, sin descartar ese ocio bajo pago que todos realizamos y que es una opción válida, debemos conseguir que no sea la única opción y que sepamos pasarlo bien sin gastar dinero. Debemos enseñar a nuestros niños que se puede pasar muy bien sin tomarse nada, sin pagar a nadie para que nos ayude a conseguirlo y sin desembolsar ningún dinero.
Los salarios bajan, la demanda se debilita
Artículo publicado en la Revista Noticias Obreras, nº 1563, Septiembre 2014, páginas 13 y 14
El pasado Junio, nuestro ministro de economía Luis de Guindos le quitó importancia al hecho de que los salarios estuvieran bajando (y perdiendo su capacidad adquisitiva) de cara a la recuperación de la demanda en nuestro país y por tanto, de la recuperación económica. Su argumentación ha sido repetida con frecuencia y se basa en dos puntos clave: que una rebaja de salarios es buena porque mejora la competitividad de nuestros productos en el exterior y que la recuperación económica no tiene por qué provenir de un incremento de la demanda interna, sino del impulso de la oferta, es decir, de la mejora de la confianza de las empresas que les lleve a invertir y a generar más empleo.
Pues bien, voy a analizar estos dos argumentos para aportar un poco de luz en el debate y poner las cosas en su sitio. En primer lugar, hay que decir que el argumento de que una bajada de salarios incrementa la competitividad, puede ser cierto si esta bajada de salarios se traduce en una reducción de los precios del producto y el resto de variables se mantienen constante. Dicho de otra manera, la competitividad se incrementará si conseguimos vender más barato el mismo producto.
Siendo esto cierto, también lo es que la bajada de salarios no es la única manera de lograr incrementar la competitividad. También se puede conseguir reduciendo el margen de beneficios empresariales. Claro que esta opción suele ser tabú… En la medida que la prioridad son, precisamente, las ganancias de los accionistas de una empresa, rebajar éstas para reducir los precios suele ser algo que, sencillamente, escandaliza y no se contempla. Pero existen otros sistemas para reducir los precios de los bienes, como son todos aquellos que derivan de incrementar la productividad. Si los mismos trabajadores consiguen producir más en el mismo tiempo, el coste de producción también se reduce y con ello se logra un margen para la reducción de precios. El camino del incremento de la productividad parece, desde el punto de vista de la mejora de la sociedad, una senda más aconsejable por las repercusiones económicas que tiene a largo plazo que la simple bajada de salarios.
Además de estas propuestas, el incremento de competitividad por la reducción de salarios viene forzado, con frecuencia, por un entorno internacional en el que existen países en los que los salarios son exageradamente bajos. Nosotros exigimos a estos países que produzcan los bienes que nos venden cumpliendo una serie de requisitos técnicos. Si los productos no cumplen estos requisitos, no se pueden vender en nuestro país. Sin embargo, no les exigimos ninguna clase de condición social en la producción, las exigencias sociales se consideran trabas al comercio internacional mientras que las exigencias técnicas no lo son porque protegen a los compradores de bienes defectuosos o que no cumplan bien su cometido.
Vuelve a darse aquí una cuestión de prioridades. La nuestra son los ciudadanos de nuestro país, por eso exigimos requisitos técnicos para que no se electrocuten utilizando un secador del pelo (por ejemplo) pero nos dan igual las condiciones sociales de quienes producen ese secador porque lo que queremos es que nos lo vendan lo más barato posible (para así poder comprar más cosas con el mismo salario). Los trabajadores de los otros países no nos importan, lo que queremos es máxima calidad a mínimo precio.
Es evidente que esta cuestión se resolvería exigiendo unos mínimos sociales y salariales para las empresas productoras de igual modo que se exigen mínimos técnicos para producir un determinado bien. Esto se podría hacer tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Si se pusiese en práctica esta manera de afrontar el mercado, la bajada de salarios no sería necesaria para una mejora de la competitividad y las políticas de producto deberían centrarse en otros aspectos.
Por último, también podríamos mejorar nuestra competitividad generando inflación y logrando que nuestra moneda se depreciase. Si bien este sistema no es sostenible a largo plazo y si no se controla cuidadosamente puede generar problemas económicos grave, aplicado de una manera razonable y temporal puede traer buenos resultados. Nuestra pertenencia al euro y una política monetaria basada en baja inflación y en el mantenimiento del valor de la moneda para no perjudicar al sector financiero que trabaja con ella, hacen que esta clase de políticas no se contemplen en la actualidad.
Por otro lado tenemos la argumentación sobre quien va a ser quien genere empleo y recuperación económica. La idea de que produciendo más y mejor, va a llevar a que haya personas que compren esta producción y que, por lo tanto, hay que insistir en la oferta y no en la demanda, ha sido demostrada como falsa por los hechos y por los teóricos. Es necesaria una demanda que compre lo que se produce. La recuperación no puede venir solamente por el incremento de la producción si esta no la compra alguien. Para ello necesitamos, o bien que haya otros países que compran esos bienes que producimos y que por tanto permitan esa mejora económica, o bien que la mejora de la confianza se traduzca no solo en mayor producción sino también en un nivel más elevado de compras por parte de los nacionales, o bien que el incremento de la producción se traduzca en un aumento de los salarios y de las rentas de las personas para que estas puedan también comprar lo que se produce.
Parece evidente que, si los salarios no aumentan y las rentas de la clase media se reducen, los dos últimos supuestos no se darán con demasiada facilidad, lo que nos puede llevar a que tengamos que confiar solamente en la demanda exterior para afianzar nuestra recuperación. La demanda debe ser tenida en cuenta en cualquier circunstancia económica al mismo nivel que la oferta ya que la economía consiste precisamente en esto, el intercambio precisa de productor y comprador, de oferta y demanda. Si una de las dos falla, no se realiza el intercambio… Pensar que una economía nacional puede funcionar de una manera boyante con una demanda débil y con una mayoría de personas con bajos salarios, no parece que sea realista…
El Templo comercial
He comenzado una colección de relatos económicos que denomino «Greguerías pecuniarias». En ellas intento describir situaciones cotidianas que pueden hacernos pensar sobre determinados elementos económicos de nuestra vida. Es una manera diferente de abordar temas de economía cotidiana que espero os sea útil e interesante.
La primera se denomina «El templo comercial» y ha salido publicado en España Buenas Noticias: http://ebuenasnoticias.com/2014/09/29/el-templo-comercial/
Homenaje a la huerta
Artículo titulado «Amaneciendo» publicado en el periódico España Buenas Noticias. En él hago un homenaje a la huerta valenciana y un llamamiento a una economía más ligada a nuestra tierra…
Puedes encontrar el artículo en: http://ebuenasnoticias.com/2014/06/10/amaneciendo/
Gastronomía y Economía
En el artículo títulado «El mejor restaurante del mundo» analizo como el restaurante agraciado este año para este galardón puede enseñarnos actitudes económicas interesantes para aplicar en nuestra vida.
Si quieres leer este breve artículo, puedes hacerlo en: http://ebuenasnoticias.com/2014/05/30/el-mejor-restaurante-del-mundo/
¡Qué os aproveche!
Los bienes relacionales
Artículo publicado en la revista ICONO, año 114, nº 11 de Diciembre de 2013, pág: 10 y 11
El que tiene menos parece más feliz
Estamos tan acostumbrados a identificar tener más con estar mejor que no comprendemos por qué hay gente que puede vivir feliz con poco. Nos sorprende ver una sonrisa dibujada en la boca de personas que viven en unas condiciones mucho peores que las nuestras. Cuando algún voluntario joven vuelve de un país más pobre en África o Latinoamérica, una de las frases más oídas es que la gente es feliz a pesar del estado de penuria en el que viven. Con frecuencia, además, estos voluntarios afirman que los ven más felices que nosotros, las personas que vivimos con un nivel de vida más elevado, los que tenemos más pero no estamos tan satisfechos. Para responder a este aparente enigma, algunos argumentan las personas nos acostumbramos a todo, que quien no se consuela es porque no quiere, que ellos se conforman con poco y nosotros no… Se trata de argumentos que, pudiendo ser válidos, no explican la totalidad de este fenómeno. No pretendo en este artículo dar una teoría completa de los factores que nos llevan a ser más o menos felices, sino centrarme en los bienes que nos llevan o no a una vida más o menos plena.
¿De qué clases de bienes disfrutamos?
Por que la clave, quizá, está en qué clase de bienes disfrutamos aquellos que tenemos más y qué clase de bienes disfrutan aquellos que tienen menos. Nosotros, en los países ricos, disfrutamos de una gran cantidad de bienes y servicios que intentan satisfacer nuestras necesidades básicas y nuestras apetencias y deseos. Se trata de productos que consumimos de una manera individual, por los que pagamos un precio y con los que tenemos una relación directa entre el bien y nosotros: ropa, televisión, ordenador, lavadora, automóvil, etc. Estos bienes de consumo son los que tenemos en cuenta para definir el nivel de vida de una población, si cuenta con una cantidad mayor de ellos, consideramos que esa sociedad tiene más riqueza y mayor bienestar…
Sin embargo esta manera de ver las cosas olvida un conjunto de bienes que son muy importantes para la felicidad y de los que suelen gozar aquellas personas que viven de una manera más sencilla: los bienes relacionales. Cuando hablamos de ellos nos referimos a bienes que nos sirven para relacionarnos con otros, que incluyen un ambiente social amigable y positivo, que potencian hábitos de cooperación que nos ayudan a llevar una buena vida, que son experiencias comunes y compartidas… Estar con los amigos y conversar con ellos, que los niños de tus amistades vengan a jugar a tu casa y viceversa, compartir aficiones y realizar actividades conjuntas, pertenecer a un grupo religioso y reunirse con él cada cierto tiempo, pasear en compañía, hacer deporte con otras personas, etc.
Los bienes relacionales como factor económico
Podríamos pensar que los bienes relacionales no tienen un componente económico importante, que son cosas que no se compran sino que se consiguen y tendríamos razón. Esta es una de las causas por las que personas que tienen menos ingresos están mejor que otras que tienen más. Puede ser que no gocen de muchos bienes por los que tengan que pagar, que no tengan muchas cosas, pero si gozan de bienes relacionales, estos pueden tener una influencia positiva sobre su bienestar mayor de la que tienen los otros. Por ello, muchas veces, los que vivimos en los países ricos equivocamos nuestra dirección. Nos dedicamos a acumular cosas pensando que esto nos hará más felices, y descuidamos estos bienes relacionales que tienen un efecto más positivo sobre nuestro bienestar que la mera acumulación de bienes de consumo en nuestras estanterías.
Pero hay otra cuestión que tiene unas implicaciones económicas mucho más evidentes. Cuando les comento a mis alumnos qué clase de trabajo quieren, con mucha frecuencia me contestan que aquel que más ingresos les aporta. Si les comentas que hay personas que prefieren estar en trabajos menos remunerados pero en los que se sienten a gusto a otros mejor pagados pero con peor ambiente laboral, algunos de ellos te escuchan con escepticismo, creen que esa es una mala opción. No están acostumbrados a tener en cuenta los bienes relacionales, solamente piensan en los bienes de consumo que se pueden comprar con dinero.
¿Competencia o colaboración?
Los bienes relacionales son clave en el clima laboral, en el quehacer económico cotidiano. Si potenciamos la competitividad, el tener que vencer al otro, el establecer las relaciones con los demás en clave competitiva en lugar de en clave cooperativa, estamos creando un ambiente económico que, si bien puede lograr más bienes de consumo para quien sigue estas pautas, dinamita nuestras relaciones con los demás. Esta es una de las principales causas por las que la economía está repercutiendo negativamente en el bienestar de las personas, competir en lugar de cooperar, dificulta nuestras relaciones con los otros y las deteriora inevitablemente. Hay que crear, pues, ambientes laborales que tengan en cuenta en este elemento, debemos educar en una economía que se base en relaciones de colaboración y no de competición, tenemos que identificar nuestro bienestar, no solo por los bienes de consumo, sino por aquellos que incrementan nuestra relación con los demás.
Comprar para ser diferente, comprar para ser como todos
Artículo publicado en la revista ICONO, año 114, nº 9 de Octubre de 2013, pág: 14 y 15
Comprar nos produce satisfacción
Todas las personas tenemos unas necesidades que tenemos que cubrir para poder vivir: comer, protegernos del frío y del calor, descansar, defendernos de las enfermedades que nos atacan periódicamente… En el momento histórico que vivimos, la principal vía a través de la que cubrimos estas necesidades físicas es a través de las compras que realizamos para lograr los bienes y servicios que nos permiten cubrir estas necesidades.
Este es el motivo principal por el que las compras resultan una fuente de satisfacción para nosotros. En la medida que gracias a ellas obtenemos aquello que me permite sobrevivir, gozar de una serie de comodidades y de una determinada calidad de vida o tener una vida mejor, puedo considerar la compra un acto que repercute directamente en mi satisfacción personal y familiar. Si mis ingresos no son suficientes para lograr adquirir lo que necesito para vivir, mi satisfacción va a ser menor y voy a acusar la imposibilidad de tener las rentas suficientes para llevar una vida digna.
Sin embargo, no todas las compras nos dirigen en esta dirección. Gracias al nivel que hemos alcanzado en nuestra sociedad, con frecuencia compramos bienes o servicios que no nos son necesarios, cosas de las que podríamos prescindir sin que ello perjudicase nuestra calidad de vida. Si esto se así, cabe preguntarse por qué entonces compramos estos bienes o servicios, porque utilizamos parte de nuestros ingresos para adquirir cosas que no son necesarias, que no tienen por qué aportarnos satisfacción alguna en la medida que no están relacionadas con lo que precisamos para vivir.
Comprar para afianzar una posición o diferenciarme de los demás
Las razones son variadas y no voy a analizar todas aquí. Quiero centrarme en ese consumo que se utiliza para lograr demostrar la posición que ostentamos. Se trata de consumir bienes, no para cubrir unas necesidades que tengo, sino para, o bien demostrar que se ha alcanzado una determinada posición social (en la que lo habitual es comprar una serie de bienes y no otros) o bien sirve para diferenciarse de los demás y demostrar cuán distinto se es de los que conviven con uno. Sirva de ejemplo lo que sucede en ocasiones cuando todos los amigos tienen una segunda vivienda. Puede suceder que aquellos que no la tienen sientan que tienen una categoría inferior a los otros. Por ello, desean tener una segunda vivienda para mantener el estatus y situarse en el mismo nivel que aquellos con los que se convive habitualmente. De este modo, la compra se convierte en una manera de mantener la satisfacción de asimilarse a los de su mismo grupo.
Parecido fenómeno es el de aquel que compra inmediatamente el nuevo artilugio informático que ha salido al mercado o quien tiene el modelo más caro de automóvil. Con esas compras se pretende, habitualmente, diferenciarse de los demás, sentirse especial porque se posee algo que los otros no tienen. Las propiedades, las compras, sirven para mostrar la diferencia, para decir a los demás que se está en un nivel distinto.
¿Incrementan estas compras nuestra satisfacción?
Cuando las compras se realizan por estos motivos (y no por el de la necesidad) la satisfacción que percibimos por ellas no siempre se incrementa y, con frecuencia, es muy efímera. Si nosotros compramos para demostrar nuestro estatus o para posicionarnos en un determinado grupo, debemos estar siempre atentos a cuáles son los bienes que debemos tener para estar ahí. Cualquier descuido, cualquier bajada de renta, nos va a impedir mantener el nivel de compras que precisamos, lo que puede producir más ansiedad que satisfacción.
Lo mismo sucede con las compras que intentan diferenciarme. Puedo comprar algo para salir de lo normal, pero también puede pasar que los otros acaben imitándome para comprar ese mismo bien y la diferencia que buscaba se acabe. La satisfacción percibida por marcar la diferencia es, pues, efímera y me obliga a no bajar la guardia y buscar siempre esas novedades que me permiten marcar diferencias. De este modo, estos consumos que realmente no me son útiles, me proporcionan una satisfacción caduca que solamente puede ser compensada por nuevas compras que van a tener unos efectos sobre mi felicidad tan efímeros como los anteriores.
¿Compramos para ser?
El error del planteamiento anterior es pensar que si compro voy a ser diferente o similar a los demás. Las cosas se compran para tenerlas, pero no para ser. Nosotros somos diferentes a los demás por nuestra propia naturaleza (no hay dos personas iguales en todo el planeta) y al mismo tiempo somos similares a los demás porque somos humanos como ellos. Por ello, pensar que tener algo o no tenerlo cambia mi ser, es desenfocar totalmente el objetivo real de las compras y olvidar que nuestro ser se basa en nuestra manera de pensar, nuestros valores, nuestra cultura, nuestras acciones, nuestra voluntad, etc.
Para que no caigamos en este camino de comprar para ser, creo que es aconsejable que repasemos nuestras compras, seamos sinceros con nosotros mismos y diferenciemos cuáles son las que realizamos porque las necesitamos o nos apetecen y cuáles son las que solamente buscan ser similar o diferente a nuestros vecinos o amigos. Esforzarse en comprar para ser de una manera u otra es un esfuerzo inútil, si queremos ser diferentes o mejores, tenemos que encaminar nuestros esfuerzos en otra dirección.
Entrevista en egunon Bizkaia
El programa Egunon bizkaia de radio popular me hizo una entrevista el pasado lunes día 3 de diciembre.
Estuvimos unos minutos hablando sobre economía y sobre cómo podemos afrontar la situación que tenemos desde unas claves más humanas y más éticas.
Si os interesa, podéis escucharla en el siguiente enlace:
https://www.box.com/s/0gda2408d5foiw1qapkx
Entrevista en Alandar de Mayo de 2010
Entrevista en la revista Alandar, Mayo de 2010, pág: 24
Enrique Lluch, profesor de Economía en la Universidad CEU de Valencia
En una economía altruista el crecimiento no es el objetivo final
J. Ignacio Igartua
Analizando los factores que han propiciado la actual crisis económica mundial muchos pensaron que el sistema podía replantearse y que algo cambiara. La realidad de cada día parece que está lejos de ese objetivo, aunque hay quienes siguen pensando que ello es posible. Uno de ellos es Enrique Lluch, profesor de Economía de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia, quien considera posible trabajar “por una economía altruista”, como plantea en un libro de reciente aparición.
¿La economía es el reino de los egoístas?
El paradigma de comportamiento sobre el que se basa la teoría económica en estos momentos es aquel que propugna que todos nos movemos para lograr maximizar nuestro propio interés. En este sentido, el comportamiento egoísta está totalmente legitimado por la ciencia económica y en la medida que ésta impregna cada día más aspectos se convierten en la principal fuente de legitimación del comportamiento egoísta en nuestra sociedad. Es más, con frecuencia podemos escuchar que alguien lo que tiene que hacer es defender sus propios intereses y dejarse de pamplinas, de este modo el egoísmo aparece como el parámetro de comportamiento ‘moderno’ ante otros paradigmas que aparecen como propios de personas que se han quedado en el pasado.
¿La actual crisis mundial tiene algo que ver con esta afirmación?
Totalmente. El verdadero origen de la crisis, esto es, el por qué hemos llegado a los comportamientos especulativos que la han provocado, al engaño en los niveles de riesgo que tenían determinados instrumentos financieros, a la complicación excesiva que estos han experimentado, a la política de crédito barato, no tienen otra causa que la obsesión por el crecimiento económico, o lo que yo denomino la utopía del crecimiento. Tenemos que crecer, nuestra economía solamente funciona si hay crecimiento económico y éste además debe ser mayor que el de los países que tenemos al lado, porque si no, estamos fracasando. Estamos así entrampados en una estúpida competición que no nos lleva a ningún lado.
¿El propio interés lleva irremediablemente al bien común?
Es un mito, una falacia. Adam Smith no dijo esto, sino “persiguiendo su propio interés, frecuentemente promueve el de la sociedad con más eficacia que si intenta directamente promoverlo”. Quiero insistir que en ningún momento habla de que la relación sea irremediable, sino frecuentemente. Es más, para que la búsqueda del bien propio lleve a la mejora del bien común se deberían dar una serie de condiciones que no suelen aparecer en la vida real. En términos económicos deberíamos encontrarnos ante mercados de competencia perfecta y deberían darse unas condiciones en las que todos los que persiguiesen su propio bien estuviesen en una igualdad de condiciones tal, que ninguno de ellos tuviese capacidad para convencer o imponer su postura a los otros. Como esto nunca se da, la búsqueda del propio interés lleva a que el interés común se acerque más al de aquellos que han tenido más capacidad de acercar el ‘ascua a su sardina’.
¿Por qué en un mundo cada vez más rico hay cada vez más pobres?
Si está legitimada la búsqueda del propio interés, esto puede llevar a mejorar a otros. Por ejemplo, alguien que cree una empresa y emplee a mucha gente en ella que así tenga un salario y un trabajo. Sin embargo no tiene por qué ser así. Por ejemplo, prestar dinero a tipos de interés muy elevados a los más pobres. Además, no existe una relación directa entre riqueza y generosidad, por lo que la media de habitantes de un país o del mundo sea más rica no presupone que van a ser más generosos con los pobres.
¿Vivimos en una sociedad de la insatisfacción continua?
Sí y es una pena. Los problemas económicos graves se dan cuando no tenemos lo suficiente para alimentarnos, para protegernos del frío o del calor o para curar nuestras enfermedades, pero estar insatisfechos cuando tenemos cubierto lo necesario para vivir, trae una serie de problemas añadidos que no deberíamos tener. En este aspecto, la economía egoísta no ayuda a mejorar estos planteamientos sino que los empeora.
¿Se puede compaginar el consumo responsable con que no se ‘pare’ la economía?
Si queremos seguir creciendo sin parar, el consumo responsable no es el mejor camino, sino el consumo irresponsable y la especulación a altos niveles. Si luego esto trae inestabilidad y crisis no es lo más importante, lo prioritario es seguir creciendo. Por ello, cuando alguien se plantea el consumo responsable, debe cambiar la concepción y ver que la economía sigue funcionando aunque no crezcamos. No es necesario el crecimiento para que la economía siga funcionando. El consumo responsable se plantea la posibilidad de no crecimiento o de decrecimiento como algo positivo en si mismo.
¿Qué es una economía altruista?
Lo contrario de la economía egoísta, una economía que es consciente de que el crecimiento no es el objetivo final de nuestro desempeño económico. Que no busca solamente el propio interés a la hora de solucionar los problemas económicos, sino que también mira al bien común y el de los demás.
¿Es posible educar en esta visión o el sistema actual arrasa?
No, en la medida que convenzamos a las personas de que esta manera de entender la economía es positiva para ellas y las libera y las hace mejores además de beneficiar al común de la población, va a ser fácil. Muchos se dan cuenta de que querer siempre más y más no es lo mejor para sus vidas ni para los demás.
¿La Iglesia es más condescendiente con los ‘pecados económicos’ que con otro tipo de pecados?
Opino que, como les pasa a todos, la Iglesia es más comprensiva con los pecados realizados por los que son como nosotros, están en nuestra misma organización o están con nosotros o con los se parecen más a nosotros, que con los que están contra nosotros, en otras organizaciones o alejados o son más diferentes. Esto creo que es un mal generalizado.
¿Qué opina de la Responsabilidad Social Empresarial?
Se queda con demasiada frecuencia en operación de estética, aunque la idea es buena. Deberíamos incluirla en nuestros criterios de compra pero con unas evaluaciones más objetivas.
¿Se considera un utópico?
La economía es utópica en su globalidad. El crecimiento económico es una utopía, falsa, pero utopía al fin y al cabo. Sirve para que todo el sistema avance hacia un lugar u otro. Creo que todos necesitamos ese objetivo que nos mueva en una dirección, “el que no sabe donde va siempre llega a otro sitio”. Por ello considero que es bueno ser utópico y construir una sociedad más justa persiguiendo esa utopía.